Fallecimiento de Diego Rivera, pintor, muralista indigenista y antifascista que luchó por los derechos laborales de los mexicanos
“Quería que mis pinturas reflejaran la vida social de México tal como yo la veía, y mediante mi visión de la verdad mostrar a las masas un esquema del futuro”.

Diego Rivera
Pintor y gestor cultural comunista e indigenista

 

Diego Rivera y Barrientos nació el 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato. Fue un pintor mexicano, cuya obra es ampliamente reconocida en todo el mundo. Diego Rivera, un convencido miembro del Partido Comunista Mexicano (PCM), fue también un combatiente por los derechos sociales, laborales y sindicales de los trabajadores mexicanos.

Fue hijo de docentes que le enseñaron sus primeras lecciones en casa. En 1892 se mudó junto con su familia a la Ciudad de México. Cinco años después comenzó sus clases de dibujo en el turno nocturno de la Escuela Nacional de Bellas Artes de San Carlos como discípulo del maestro Andrés Ríos. Sin embargo, abandonó la escuela en 1902 debido a su inconformidad con el método pedagógico aplicado al arte. En consecuencia y con el influjo de la pintura de José María Velasco Gómez, se dedicó a viajar por el campo mexicano en búsqueda de paisajes para sus dibujos[1].

Su formación clásica como pintor fue complementada por el arte popular en la influencia de José Guadalupe Posada en cuyo taller trabajó el joven Diego. A los 22 años tuvo su primera exposición tan exitosa que gracias a ella obtuvo una beca para estudiar en Madrid; durante su estancia en la ciudad hizo viajes a otros países europeos y se estableció en París en 1911. Los años siguientes los alternó entre México en dónde siguió exponiendo y viajes por Europa en donde siguió su formación tanto en las artes, en especial en técnicas de la pintura mural, como humanista.

En 1921, siendo presidente Álvaro Obregón, regresó a México y se dedicó a estudiar el arte azteca y maya; reunió una extensa colección de arte precolombino que se puede apreciar ahora en el Museo Anahuacalli. Junto a pintores destacados - Siqueiros y Orozco entre otros- fundó el Sindicato de Pintores, de donde saldría el movimiento muralista mexicano. En esa década Diego Rivera pintó, por encargo del gobierno, varios frescos - Escuela Nacional Preparatoria, Palacio de Cortés en Cuernavaca, Palacio Nacional y Palacio de las Bellas Artes de Ciudad de México, Escuela Nacional de Agricultura en Chapingo- en los que desarrolló su propio estilo en el que conjugaba las técnicas y conocimientos adquiridos con un sentimiento nacionalista[2].

A partir de la década de los 20, Diego Rivera adquirió una perspectiva política más apegada a la organización sindicalista y cercana a los incipientes ideales del comunismo. Su convencida postura ética y política ha quedado plasmada en su obra. La pintura mural de Diego Rivera convierte a los sectores populares en sus protagonistas. Por ello, es común encontrar campesinos, obreros y soldados —casi todos éstos fenotípicamente indígenas— de indumentaria revolucionaria como actores del discurso en sus pinturas, lo que convierte a Diego Rivera en uno de los precursores del indigenismo artístico en México. Como destacan los historiadores Ariel Rodríguez Kuri y Renato González Mello, la pintura mural fue vista como una “gran biblia"[3] o una historia épica pintada en las paredes para contar la historia al pueblo que no sabía leer —una considerable mayoría en aquel momento—. De tal manera, es menester mencionar que Diego Rivera buscó visibilizar y reivindicar a los actores populares de México en su obra pictórica, pues los pueblos indígenas, los campesinos, los obreros y las mujeres prácticamente habían quedado relegados a segundo término durante la elaboración de la historiografía mexicana desde 1821 hasta las primeras décadas del siglo XX.

Auspiciada por la SEP y por los primeros gobiernos posrevolucionarios, la pintura se convirtió en un medio ideológico para loar las luchas populares del país, dándole énfasis a la Revolución de 1910. La intención del incipiente discurso nacional, que quería desligarse del pensamiento del porfiriato, era visibilizar la lucha de la población más pobre del país y su complicado camino en la búsqueda de justicia social. Como decía María Asúnsolo, galerista mexicana y una de las modelos más importantes de David Alfaro Siqueiros: “Aquí [en México] la pintura y la lucha son artes de masas”.

Al lado de grandes artistas como José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, se creó la primera vanguardia americana, un arte colectivo llamado Renacimiento Mexicano. La imagen de nación que los muralistas contribuyeron a articular es la que pervive hasta el día de hoy. Un elemento muy importante del arte posrevolucionario mexicano es el rescate de las tradiciones y raíces indígenas y la dignificación de la figura del campesino, el mestizo y el indígena como herederos de las culturas ancestrales de México, la verdadera esencia del ser mexicano y los protagonistas de la historia nacional[4].

El muralismo mexicano —en el que destacan Gerardo Murillo “Dr. Atl”, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, Roberto Montenegro, Antonio González Orozco, Federico Cantú, Juan O’Gorman, Pablo O’Higgins, Fermín Revueltas y Ernesto Ríos Rocha, y las mujeres muralistas María Izquierdo, Aurora Reyes, Rina Lazo, Elena Huerta, Electa Arenal y Juana García de la Cadena, quienes han sido relegadas a pesar de su valiosa labor artística y social.

De igual manera, Rivera se inmiscuyó constantemente en actos de interés artístico y político que cobraron una dimensión casi militarmente combativa, como el debate con David Alfaro Siqueiros sobre el arte en la labor y el destino de la lucha de clases, el cual acaeció en 1935 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, con la escritora María Teresa León como árbitro entre ambos grupos, que terminaron empuñando las pistolas al no estar de acuerdo entre ellos. Asimismo, Diego Rivera, junto a su esposa Frida Kahlo, siempre mantuvo una postura de apoyo a los exiliados españoles que huyeron de su país después de la derrota de la República Española y la instauración de la dictadura franquista, así como a personajes internacionales que huían del totalitarismo; por ejemplo, el político soviético León Trotsky. Posteriormente, el 15 de mayo de 1943 fue uno de los miembros fundadores de El Colegio Nacional. Es importante destacar que el pintor guanajuatense se mantuvo ligado a los movimientos obreros hasta su muerte y luchó con el pincel por el fomento a los derechos humanos de las clases más desfavorecidas de México; Diego Rivera dejó constancia de ello en los numerables murales que embellecen los muros de distintas ciudades del mundo, entre los que se puede distinguir su ánimo por adjudicarle a la historia y al pueblo de México su identidad y su dignidad[5].

En 1954, la muerte de Frida Kahlo le generó una enorme angustia y tuvo un impacto muy negativo tanto en su estado moral como físico. Al año siguiente, Diego fue diagnosticado con cáncer y, a pesar de la indicación médica de reposo, él decidió continuar con sus actividades. Entre ellas, se encontraba la construcción y fundación del museo Anahuacalli, donde luego donaría las casi 60 mil piezas de arte prehispánico que poseía.

Diego Rivera falleció el 24 de noviembre de 1957 en su estudio de Ciudad de México, fue velado en el Palacio de Bellas Artes y enterrado en la Rotonda de Hombres Ilustres[6].


[1] https://bit.ly/3SQ2RKF
[2] https://bit.ly/3SCSSJ1
[3]Ariel Rodríguez Kuri y Renato González Mello. “El fracaso del éxito, 1970-1985”, en Nueva Historia General de México, p. 712.
[4] https://bit.ly/3fCFeXV
[5] https://bit.ly/2IECerN
[6] https://bit.ly/3dZ4eIcs

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