“El amor a la patria, decía Cicerón, no es una preocupación de los hombres, sino una
impresión de la naturaleza. No hay nación, sea de las cultas y civilizadas, o sea de las
bárbaras y groseras, que no sienta esta impresión. Atravesad todo el espacio de los
tiempos que han pasado desde la creación del mundo hasta nosotros; registrad una por una
las naciones que han poblado el universo, y encontraréis en todas, un amor
por la libertad de su patria […]”

Miguel Hidalgo y Costilla
Proclama Insurgente
Noviembre 1810, Guadalajara

 

 

La primera conmemoración del grito de Dolores no pudo atestiguarla Hidalgo, pues ya había sido fusilado. La realizaron Ignacio López Rayón y Andrés Quintana Roo el 16 de septiembre de 1812, en el edificio El Chapitel, Huichapan, actual estado de Hidalgo . [1]Ahí fue donde se dio por primera vez el grito de Independencia en un marco festivo. Al alba, la artillería descargó sus armas y hubo una vuelta general de esquilas. Luego, Rayón acudió a misa con su escolta de granaderos, cerrando el festejo con música.[2]

Poco después, el 14 de septiembre de 1813, José María Morelos la incluyó como el sentimiento 23 de sus Sentimientos de la Nación, declarando:

Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa libertad comenzó, pues en ese día fue en el que se desplegaron los labios de la nación para reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída; recordando siempre el mérito del grande héroe, el señor don Miguel Hidalgo y su compañero don Ignacio Allende.

Fue en 1821 cuando, después de la victoria del Ejército Trigarante, el primer gobierno del México independiente ―la Junta Provisional Gubernativa, conformada por Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria y Agustín de Iturbide― declaró al 16 de septiembre como día de fiesta nacional. En 1823, Guadalupe Victoria dispuso llevar a la Ciudad de México los restos de los primeros héroes, para rendirles honores como se merecían, depositándolos en la catedral. Al año siguiente, el Congreso Constituyente estableció por decreto sólo dos festividades cívicas: el 16 de septiembre fue una de ellas. la otra era el 4 de octubre, conmemorándose entonces la promulgación de la Constitución de Apatzingán.

La Ciudad de México se engalanó con luces para la fiesta cívica en 1825. Por bando del gobernador del Distrito federal, casas y calles debían adornarse con cortinajes, guirnaldas, flores, velas… y el 16 de ese año el presidente Victoria recibió en Palacio Nacional a los representantes extranjeros, en un acto que implicaba el reconocimiento de sus respectivos gobiernos a la soberanía mexicana. Durante el siglo XIX, cada año se fueron dando modificaciones a la forma de festejar, pero desde el primer gobierno independiente el festejo se mantuvo como constante, por lo general con el día 15 en manos de las autoridades civiles, y el 16 con una serie de tradiciones de carácter religioso y militar. Contrario al mito popular, no fue Porfirio Díaz quien, por una cuestión narcisista, según plantea este mito, estableció el día 15 para ese festejo, desde el inicio la celebración se hizo así, modificándose, quizás, según las circunstancias.

En la Ciudad de México no se festejó en 1847, pues para vergüenza nacional ese día ondeó en la capital la bandera estadounidense. Una década después, en 1857, de la mano del movimiento constitucionalista liberal, el carácter religioso fue quedando a un lado para convertirse en un homenaje conmemorativo laico.

No hay protocolo a seguir para la noche del grito: el ejecutivo a quien corresponde darlo, puede modificar el discurso y la acción, siempre y cuando se emule el momento histórico. Por lo mismos, esta conmemoración en más de una ocasión ha servido para trasmitir al pueblo las intenciones del gobierno en turno, para quienes saben escuchara lo que el presidente dice esa noche suele tener que ver con su política internacional y nacional. Así, por ejemplo, en 1968 hubo dos gritos, pues la represión de Estado del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz había polarizado a la sociedad de tal forma que los bandos eran claros: conservadores pro violencia de Estado, y libertarios pro justicia política y social. Así desde Palacio Nacional de ese año, Díaz Ordaz vitoreó a los héroes de la Independencia, ante una Plaza de la Constitución más de una vez bañada con sangre bajo su mando .[3] A la vez, como símbolo de resistencia, en Ciudad Universitaria el ingeniero Heberto Castillo dio su discurso, una especie de grito por la libertad que bien hubiera aplaudido, quizás, el propio Hidalgo.

Por lo demás, la celebración empieza la noche de 15 alrededor de las 23:00 horas, cuando el presidente de México da el Grito de Independencia ―emula con ello a Hidalgo― desde un balcón de Palacio Nacional, comunicando el sentimiento patrio a los presentes en la Plaza de la Constitución, quienes por lo general corean la voz mandataria ―ellos reiterando a su vez al pueblo que escuchó a Hidalgo, siguiéndolo en la lucha y manteniéndose en ella hasta el triunfo final, una década después―. Este modelo se va repitiendo en todas las plazas públicas del país, desde el nivel federal hasta el local, volviéndose una verdadera celebración de remembranza nacional.

Este año, 2020, la tradición del Grito de Dolores cumple 210 años. Por lo mismo, pese a la prevalencia de la pandemia COVID-19, con todas precauciones… la conmemoración se hará. En este acto simbólico, a fin de cuentas, hay algo fundamental: nuestro grito personal por la independencia de México, nuestra conciencia alrededor del hecho, nuestra reflexión sobre la importancia del momento, televisado o presencial, si sólo es el ejecutivo quien grita falta para la parte más importante: el pueblo en su emulación de aquel que hace 210 años supo hacer suya la batalla por la soberanía nacional.