Decreto de Abolición de la Esclavitud por Miguel Hidalgo
“…don Miguel Hidalgo y Costilla, hombre de gran literatura y vastísimos conocimientos en todas líneas, especialmente en política estadística, habiendo merecido siempre la calificación de ser de las primeras, si no es que la primera cabeza del Obispado de Valladolid, donde lograba por lo mismo las mayores estimaciones y distinciones de los obispos y verdadera y estrecha amistad con el actual, el Sr. Abad y Queipo.”

Marqués de Rayas
Carta a José de Iturrigaray

 

La abolición de la esclavitud fue posible gracias a una coyuntura generada por un clima de descontento muy generalizado. Los criollos, por ejemplo, se quejaban de las cargas tributarias que les exigía la Corona española, además de que no tenían acceso a cargos públicos relevantes y a las concesiones para la explotación minera. En cuanto a los indios y castas, que formaban alrededor del noventa por ciento de la población. “…se hallan en el mayor abatimiento y degradación”. Es decir, aun con diferentes reclamos, las distintas clases pudieron distinguir una meta común y aliarse.

El caso de don Miguel Hidalgo iba más allá: a través de una estrecha relación con los indígenas, con quienes interactuaba principalmente en sus funciones como cura y en las que se desempeñaba como maestro, este hombre afectuoso y empático desarrolló una sensibilidad muy especial acerca de la situación en que vivían. Era un personaje que, gustando de la buena vida, deseaba mejorar también las condiciones de los indígenas y de las castas, un apasionado de la libertad.

¿Cómo se forma un héroe? Sus primeros años

Al ser hijo del administrador de la hacienda de Corralejo, donde nació, Miguel había aprendido desde niño labores agrícolas y ganaderas, además de montar a caballo. Su padre le enseñó a leer y a escribir, además de otros conocimientos básicos. A los doce años partió hacia Valladolid con su hermano mayor, Joaquín, para ingresar en el Colegio de San Francisco Javier, de la orden jesuita.

Formación académica

Sin embargo, debido a la expulsión de la orden de los jesuitas decretada por Carlos III en 1767, Miguel continuó su formación en el Colegio de San Nicolás Obispo, donde años más tarde obtuvo grado de bachiller en Letras y, un año después, la Real y Pontificia Universidad de México le otorgó un grado equivalente en Artes. También concluyó sus estudios en Teología y a los 25 años comenzó a ejercer el sacerdocio. Asimismo, en 1776 inicia sus labores como catedrático en el mismo Colegio de San Nicolás, impartiendo filosofía, gramática latina y teología escolástica. Además, lo nombran tesorero, vicerrector y secretario y, poco después, rector.

Ya para entonces, Hidalgo se hacía cargo de la sacristía de Santa Clara del Cobre y cada vez se hacía más evidente que era un hombre poco común. Por eso –o a pesar de eso–, también había comenzado a ganar enemistades que lo acusaban de ser aficionado al juego, de no respetar el celibato sacerdotal y de hacer dispendios, por lo que en 1792 tuvo que renunciar a su rectorado del Colegio de San Nicolás Obispo. En efecto, se sabe que a Hidalgo le gustaba la buena vida; sin embargo, según historiadores como Patricia Galeana, existen registros de que –por poner algunos ejemplos– mejoró sustancialmente la dieta de sus alumnos y adquirió para ellos capas de lana.

A raíz de este conflicto fue enviado a ejercer el curato en Colima, lo que más que un castigo, representó una oportunidad de acercamiento al pueblo y de llevar a la práctica sus ideas sociales a través de la enseñanza de labores, como a curtir pieles o a criar gusanos de seda. Esos saberes y destrezas aportarían a sus feligreses una mejor calidad de vida. En esta interacción le ayudó su conocimiento de varias lenguas indígenas que había aprendido. Su gusto por enseñar superaba a su gusto por el ejercicio del sacerdocio, que prefería delegar en sus coadjutores. Así pasó sucesivamente por los curatos de Torres Mochas, Guanajuato y, finalmente, Dolores.

Gustos, amistades e influencias

Entre los placeres que se permitía don Miguel Hidalgo estaban también, por supuesto, los intelectuales: conocedor del francés –además del italiano y del latín–, tenía predilección por los autores franceses, e incluso llegó a traducir obras de Molière. Organizó obras de teatro y promovió la formación de una orquesta. Cultivaba amistad con otros ilustrados –como el marqués de Rayas, el intendente Riaño y de Manuel Abad y Queipo, obispo de Valladolid– con quienes intercambiaba libros e ideas. Así, sería extraño que no hubiese leído a los enciclopedistas, especialmente a Rousseau, el más influyente y satanizado de la época. Recuérdese que en Francia, después de abolir la monarquía, los liberales franceses luchaban por entronizar a la razón sobre los dogmas y se había aprobado la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, antecedente de lo que hoy conocemos como derechos humanos.

En cuanto al cura Hidalgo, éste fue denunciado en 1800 por negar durante sus homilías la existencia del infierno y por afirmar que las supuestas revelaciones a Santa Teresa eran en realidad alucinaciones por exceso de ayuno, pero lo peor, por su simpatía hacia la Revolución francesa, que se consideraba el resultado de ideas heréticas.

Situación política externa

En la Península se había generado una crisis a lo largo de dos reinados: el de Carlos IV, desinteresado en ejercer las responsabilidades del gobierno, y el de su hijo Fernando VII, quien había formado parte de una conspiración que obligó a Carlos IV a abdicar en su favor, situación en la que Carlos IV buscó una alianza con Napoleón Bonaparte. Éste puso con presteza a su hermano José en el trono de España, con el disgusto y la zozobra de los españoles americanos y peninsulares, que se dispusieron a luchar contra los invasores. Es claro que ese vacío de poder se hacía sentir en los reinos y provincias en América, creando para la mayoría de los habitantes de la Nueva España una oportunidad quizás irrepetible.

Punto de tensión

En esa coyuntura, varios liberales como Melchor de Talamantes y José Francisco Primo de Verdad, propusieron al virrey José de Iturrigaray la creación de una Junta Provisional para solicitar la independencia de España de manera pacífica, pero este grupo autonomista se vio enfrentado con un grupo de realistas. Así, “…aunque no se hablaba todavía sobre la posibilidad de un movimiento armado, era poco factible un cambio de tal envergadura de manera pacífica”.

Algunas conjuras que comenzaron a surgir fueron descubiertas, por eso, algunos conspiradores se trasladaron a Querétaro, a la casa del matrimonio formado por Josefa Ortiz y por el corregidor Miguel Domínguez. Entre ellos se encontraba Miguel Hidalgo, quien, además de la independencia de la Nueva España, perseguía una reforma social mucho más profunda.

Desarrollo (batallas y bandos)

La madrugada del 16 de septiembre, el descubrimiento de la conspiración de Querétaro provocó que se precipitaran los acontecimientos. En vez de iniciar la misa dominical, como de costumbre, el cura Miguel Hidalgo se dirigió a los feligreses con esta arenga:

“No existe ya para nosotros ni el rey ni los tributos. Esta gabela vergonzosa, que solo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y servidumbre; terrible mancha que sabremos lavar con nuestros esfuerzos. Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos’. ‘Pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los hombres que se precian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber. De suerte que sin patria ni libertad estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad.”

En la plaza principal, Allende dio instrucciones a una muchedumbre desorganizada, armada de machetes, lanzas, hondas e instrumentos de labranza. Hidalgo, por su parte, mandó comisionados para extender la insurrección en los alrededores. Antes de mediodía partieron con rumbo a Atotonilco, precedidos por Hidalgo, quien portaba un estandarte de la Virgen de Guadalupe que había tomado del santuario.

En Celaya se nombró a Hidalgo capitán general y teniente general a Allende. Aquí los insurgentes sumaban más de 4 mil. En Irapuato, rebasaron los 9 mil. Llegando a Guanajuato, Miguel Hidalgo dirigió una intimación al intendente Juan Antonio Riaño, en donde expresaba:

“No hay remedio, señor Intendente, el movimiento actual es grande y mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos, concedidos por Dios a los mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados por la ignorancia de los naturales y acumulando pretextos santos y venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedades, para convertirlos vilmente de hombres libres a la degradante condición de esclavos”.

Al negarse a rendir la plaza, se inició la toma de la Alhóndiga de Granaditas, que resguardaba una cuantiosa riqueza proveniente de caudales públicos y privados.

A principios de octubre de 1810, después de haber nombrado autoridades locales y provinciales en Guanajuato, el ejército insurgente se dirigió a Valladolid, ciudad que se entregó el 15 de octubre sin oponer resistencia. Días después se nombró a las autoridades, entre ellos, José María Anzorena fue designado intendente. Días después, Hidalgo instruye a Anzorena para que promulgue el primer bando insurgente de abolición de la esclavitud:

“…prevengo a todos los dueños de esclavos y esclavas, que luego inmediatamente que llegue a su noticia esta plausible superior orden, los pongan en libertad (…) para que puedan tratar y contratar, comparecer en juicio, otorgar testamentos (…) quede totalmente abolida para siempre la paga de tributos para todo género de castas, sean las que fueren”.

En su marcha hacia la capital, pasaron por Acámbaro, donde se intentó organizar militar y logísticamente a los insurgentes.

En el Monte de las Cruces, situado en Ocoyoacac, Valle de Toluca, se libró una batalla contra el ejército realista, en donde los insurgentes salieron vencedores al apoderarse de su artillería. Aun así, éstos habían sufrido cuantiosas bajas y se habían quedado sin municiones. Al día siguiente, representantes de la insurgencia fueron enviados a la Ciudad de México para entregar al virrey Venegas el Plan del Gobierno Americano, en donde, entre otros puntos, se enunciaba:

5. Ninguno se distinguirá en calidad, sino que todos se nombrarán americanos.

6. Por lo mismo, nadie pagará tributos y todos los esclavos se darán por libres.

Aunque la ciudad de México había quedado desprotegida, el virrey no se rindió y el 2 de noviembre los insurgentes emprendieron la retirada, lo que fue tomado por el ejército insurgente como una derrota. Esta situación, reforzada por el desaliento y la falta de municiones, provocó la dispersión del ejército y un distanciamiento entre Hidalgo y Allende.

Con todo, una vez más siguieron adelante: Morelos y otros jefes seguían cosechando frutos, incluyendo la toma de Guadalajara. Así, mientras que Allende resistía a Calleja en Guanajuato, Hidalgo marchaba a Guadalajara.

Al llegar Hidalgo a Guadalajara se le nombró gobernador. Una de sus primeras acciones fue retirar el retrato de Fernando VII y, en vez de seguir llamando al recinto Palacio Real, lo nombró Palacio Nacional.

Asimismo, lanzó un Manifiesto en el que propone la creación del Congreso Nacional, cuyo contenido es singularmente relevante en la lucha por la libertad y los derechos humanos. Los siguientes fragmentos son muestra de ello:

“Todos mis delitos traen su origen en el deseo de vuestra felicidad. Si éste no me hubiese hecho tomar las armas, yo disfrutaría una vida dulce, suave y tranquila; yo pasaría por verdadero católico”.

“La Nación, que tanto tiempo estuvo aletargada, despierta repentinamente de su sueño a la dulce voz de la libertad. Corren apresurados los pueblos y toman las armas para sostenerla a toda costa. Los opresores no tienen armas ni gentes para obligarnos con la fuerza a seguir en la horrorosa esclavitud a que nos tenían condenados”.

“…fulminan excomuniones que nadie mejor que ellos saben no tienen fuerza alguna; procuran amedrentar a los incautos y aterrorizar a los ignorantes para que, espantados con el nombre de anatema, teman donde no hay motivo de temer. ¿Quién creería, amados conciudadanos, que llegase hasta este punto el descaro y atrevimiento de los gachupines? ¿Profanar las cosas más sagradas para asegurar su intolerable dominación?”

“Abrid los ojos, americanos. No os dejéis seducir de nuestros enemigos. Ellos no son católicos sino por política. Su Dios es el dinero, y las conminaciones solo tienen por objeto la opresión. ¿Creéis acaso que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español? ¿De dónde nos ha venido este nuevo dogma, este nuevo artículo de fe?"

“¿Creéis que el atravesar inmensos mares, exponerse al hambre, a la desnudez, a los peligros de la vida inseparables de la navegación, lo han emprendido por venir a haceros felices? Os engañáis, americanos. ¿Abrazarían ellos ese cúmulo de trabajos por hacer dichosos a unos hombres que no conocen? El móvil de todas esas fatigas no es sino su sórdida avaricia.”

Sin embargo, a pesar de ese ambicioso proyecto, la restitución de tierras en posesión de los criollos a los habitantes originarios le acarreó la enemistad de los primeros.

Mientras los insurgentes continuaban su marcha hacia el norte, en Acatita de Baján, Coahuila, fueron traicionados por Elizondo en donde el ejército realista pudo someterlos con facilidad. A Hidalgo se le trasladó a Durango, en donde, mediante un juicio religioso se le despojó de su calidad de clérigo y, en un juicio penal, fue condenado a muerte.

Fin del episodio y proyección al futuro

A pesar de esa derrota, la Nueva España fue el primer lugar en donde se abolió la esclavitud en el territorio americano. Pasaría alrededor de medio siglo para que se ese mismo decreto se formulara en Estados Unidos, es decir, esta iniciativa del padre Hidalgo, lucha por la que ofrendó su vida, ha sido uno de los legados más grandes que hayan existido en defensa de la libertad, sin la cual no es posible la existencia de ningún otro derecho humano.

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