“Algo tan violento como la Decena Trágica en la
ciudad de México no había ocurrido en muchos
años. La gente que lo vivió y se salvó de morir en
ella, fue testigo de algo muy brutal y conmovedor
que en muchos sentidos cambió la historia.”

Álvaro Matute
Historiador

 

El 9 de febrero de 1913, un golpe de estado contra Francisco I. Madero terminaría en tragedia nacional, con magnicidio, después de alrededor de diez días de cruentos y constantes encuentros en la capital del país, a los cuales se les conoce como Decena Trágica.

En la madrugada de aquel 9 de febrero de 1913, los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruíz, encabezaron una revuelta con el fin de derrocar al presidente Francisco I. Madero. Vencerían, tristemente, tras casi diez días de enfrentamientos en la Ciudad de México, cuando el 18 de febrero Aureliano Blanquet, otro cómplice, haría prisioneros al presidente Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez, en Palacio Nacional.[1]

Mondragón y Ruiz levantaron en armas, primero, a un grupo de cadetes de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan, y a parte de la tropa acuartelada en Tacubaya, ambas en las inmediaciones de la Ciudad de México. Pretendían capturar al ministro de Guerra, Ángel García Peña, y lograr la liberación de dos de sus cómplices: los generales Bernardo Reyes, quien estaba preso en la cárcel de Santiago Tlatelolco, y Félix Díaz, encarcelado en la penitenciaría de Lecumberri. El grupo, de antecedentes porfiristas, había comenzado a planear su golpe de Estado desde 1912, y contaba además con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, pues éste veía con malos ojos las intenciones nacionalistas de Madero en relación a los ferrocarriles y el petróleo[2]

La primera movilización hacia el Palacio Nacional tuvo cierto éxito, y la avanzada de cadetes logró la toma del lugar, haciendo prisioneros al ministro de Guerra, a Gustavo A. Madero, hermano del presidente, y al intendente Adolfo Bassó. Pronto, sin embargo, los presos serían liberados gracias al general Lauro Villar, quien logró sorprender y desarmar a los golpistas.

Mientras tanto, en la segunda parte del plan los conspiradores triunfaron: Reyes y Díaz habían sido liberados, y encabezando otra avanzada se dirigieron al Palacio nacional para volver a tomarlo. Al llegar al Zócalo capitalino fueron frenados por el general Villar. Al negarse a unirse a los conspiradores, fue atacado por Reyes. Las balas no se hicieron esperar, y mientras este último caía herido de muerte, el defensor de Madero y su causa también resultaba herido. Hubo bajas de ambos lados, pero mayoritariamente del de los levantados, cuyo contingente optó por retirarse y hacerse fuerte en La Ciudadela, edificio que servía como depósito de armas y municiones y estaba resguardado por fuerzas maderistas. Fue tomado por traición, consiguiendo los golpistas 27 cañones, ocho mil quinientos rifles, cien ametralladoras, cinco mil obuses y veinte millones de cartuchos[3]

Por su lado, cuando Francisco I. Madero supo de los hechos, dejó el lugar donde estaba —el Castillo de Chapultepec— y, escoltado por los cadetes del H. Colegio Militar y varios amigos y seguidores, se dirigió al Palacio Nacional en una acción conocida por la historia como Marcha de la Lealtad, nombrando comandante militar de la plaza a Victoriano Huerta, en sustitución del herido general Villar. Grave error. Huerta se aliaría con Félix Díaz y, simulando defender la causa, terminaría traicionándolo y haciéndose con el poder.

Mientras los enemigos avanzaban y se fortalecían, la prensa difamaba, enaltecida por la información alarmista del embajador estadounidense Henry Lane Wilson, cuya pretensión era lograr la intervención de su presidente, William Howard Taft. Las presiones diplomáticas se fueron intensificando, pero Madero se mantuvo firme, defendiendo su plaza y sus ideas.

Hacia el día 16 de febrero, con el pensamiento puesto en las necesidades de la población general se dieron 24 horas de tregua: de 2 am de ese día a la misma hora del día 17. Para ese momento, la casa particular de Madero ya había sido incendiada. la tregua no fue respetada, lo golpistas aprovecharon para acercar más sus ametralladoras y se retomó el fuego a discreción a las 2 pm de ese día, todo bajo la complacencia de Huerta —quien fue descubierto por el secretario particular de Madero, Juan Sánchez Azcona, en pláticas con el enemigo, pero el presidente no valoró la situación en toda su gravedad… y el golpe avanzó —.[4]

El 18 de febrero, el golpe de Estado triunfó definitivamente. Ese día fueron aprehendidos en Palacio Nacional Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. El leal hermano del presidente, Gustavo, corrió igual suerte, pero en el restaurante Gambrinus. Finalmente, para dar aspecto de legalidad al entuerto, se negoció un pacto entre los golpistas con la intervención del embajador Wilson, en la embajada estadounidense. A este encuentro se le llama Pacto de la Embajada, aunque es mejor conocido como Pacto de la Ciudadela. En el se desconoció a Madero y Pino Suárez, y se estableció un gobierno provisional bajo el mando de Victoriano Huerta, con un gabinete mezcla de seguidores de Bernardo Reyes (reyistas) y Félix Díaz (felicistas). Sería la embajada japonesa la que asilaría esa trágica noche a la familia del presidente, salvo su hermano Gustavo, quien fue entregado a la tropa golpista, humillado y torturado hasta la muerte.

Ante la situación, y siempre congruentes con no llevar al pueblo a una nueva guerra, Madero y Pino Suárez renunciaron a sus puestos a favor de Huerta, el cual sólo esperaba eso para declarase legítimo. El Congreso aceptó las renuncias, jugando en ello un vergonzoso papel Pedro Lascuráin Paredes, quien había sido ministro de Relaciones Exteriores bajo la presidencia de Madero. En principio, llevó las renuncias ante los diputados, y cuando éstas fueron aceptadas asumió la presidencia interina para nombrar a Victoriano Huerta secretario de Gobernación, renunciando de inmediato a su cargo y dejando a éste en la presidencia de facto[5]

Familiares y amigos de Madero y Pino Suárez intentaron su libertad por todos los medios, pero los golpistas no iban a ceder. Serían asesinados el 22 de febrero de 1913. Con este magnicidio, la llamada Decena Trágica tocó fin, pero la memoria de la cobardía que la circundó y dio nombre prevalece. No podemos olvidar.

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