Natalicio de Servando Teresa de Mier Héroe de la independencia de México
“El primer historiador de la Insurgencia Fray Servando Teresa de Mier (18 de octubre de 1763 - 3 de diciembre de 1827) Fue un Patriota mexicano que pasó casi la mitad de su vida entrando y saliendo de prisión al tiempo que buscaba librarse a sí mismo del hábito dominico y a su país del gobierno español.”

David Anthony Brading,
Historiador y académico británico

 

José Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra nació en Monterrey el 18 de octubre de 1763 dentro una familia de la alta burguesía criolla. Fue hijo de Joaquín de Mier Noriega –regidor del Ayuntamiento y gobernador de Monterrey (Nuevo León)– y de doña Antonia Guerra, quien descendía de los Guerra Buentello, los primeros españoles afincados en la región.

Aunque terminó desempeñándose como fraile dominico, sacerdote y escritor mexicano que luchó por la Independencia de México, inició sus estudios en Monterrey a corta edad; en 1780 se trasladó a la Ciudad de México para ingresar al convento de los dominicos a los 16 años. Posteriormente fue estudiante del Colegio de Porta Coeli, donde obtuvo el grado de doctor en Teología en 1792, convirtiéndose en fraile a los 27 años. Eso le permitió regresar al convento de su orden para dedicarse a enseñar filosofía[1].

Reconocido y con renombre como predicador, el 8 de noviembre de 1794 pronunció una oración fúnebre por Hernán Cortés, pero el 12 de diciembre del mismo año marcaría el resto de su vida, cuando, durante un sermón que ofreció con motivo de los actos de celebración a la Virgen de Guadalupe, rechazó el mito de sus apariciones. Con ello escandalizó a los devotos y lesionó gravemente los intereses de la Iglesia, por lo que fue desterrado de la Nueva España y enviado a Europa[2].

El arzobispo Alonso Núñez de Haro ordenó su encierro en el Convento de Santo Domingo por tres años. El 21 de marzo de 1795 lo condenó a diez años de exilio y reclusión en el convento dominico de Nuestra Señora de las Caldas, en Santander (España), donde se le retiró el título de doctor y se le prohibió ejercer como profesor, como religioso y como confesor.

Tras pasar dos meses en la fortaleza de San Juan de Ulúa en Veracruz, se embarcó exiliado a Cádiz el 7 de junio de 1795. Su regresó a la Nueva España fue hasta 1817, como parte de la expedición de Francisco Javier Mina.

Pasó 22 años como prisionero en conventos dominicanos, de los que pretendió escapar en reiteradas ocasiones. En sus Memorias se refiere a los dominicos españoles como zafios, de origen campesino, que lo perseguían y torturaban por ser un aristócrata. En la primavera de 1796 fue trasladado al Convento de San Pablo, en Burgos, donde fue acogido con simpatía y se le permitió regresar al Convento de Santo Domingo de Cádiz bajo mejores condiciones. Ahí solicitó la revisión de su caso ante la Academia de la Historia de Madrid –que en su momento también negó la autenticidad de la aparición de la Virgen–, logrando que ésta lo exculpara[3].

Sin embargo, eso no anuló el edicto del arzobispo Haro y en 1800 se le volvió a recluir en un convento de Salamanca, de donde nuevamente logró fugarse, partiendo hacia Burgos. Ahí fue otra vez capturado y encerrado en el convento de San Francisco.

Poco después huyó a Francia. Llegó a Bayona el Viernes Santo de 1801. Un año después viajó a Roma para solicitar al Papa su secularización. Obtuvo la licencia para oficiar como monseñor, pero a su regreso a Madrid en 1803 se le privó de su libertad nuevamente para ser trasladado al Convento de los Toribios de Sevilla, de donde se fugó el 24 de junio de 1894 para embarcarse hacia Sanlúcar.

Camino de Cádiz se le obligó regresar al Convento de Los Toribios, donde permaneció hasta mediados de 1805 porque logró escaparse a Portugal. Ahí consiguió un puesto como secretario en el Consulado de España. En 1807, a través del Nuncio de Roma, logró la promoción al cargo de prefecto doméstico de su Santidad.

Para 1809 ya había participado en numerosas acciones de guerra, entre ellas la Batalla de Alcañiz el 23 de mayo, en la que combatió junto con Javier Mina, a quien convenció de luchar contra el rey de España. Llegó a la Nueva España y, poco después de desembarcar en Soto la Marina, Tamaulipas, los realistas lo tomaron prisionero para ser recluido en la prisión de San Carlos y, posteriormente, en la cárcel de la Inquisición.

Una vez consumada la Independencia regresó a México, donde también fue detenido y enviado a San Juan de Ulúa, pero, gracias a las gestiones del Congreso, fue liberado y elegido diputado por Nuevo León.

Fray Servando se hizo enemigo de Iturbide, quien lo mandó encarcelar en el Convento de Santo Domingo, en la Ciudad de México –del cual también se fugó– y en diciembre de 1823 pronunció un discurso en el cual recomendaba que México fuera gobernado como república centralista. Firmó la Constitución de 1824 y el presidente Guadalupe Victoria lo llevó a vivir a su lado[4].

Sus obras destacadas son Cartas de un americano, Un fraile mexicano desterrado en Europa y la Historia de la revolución de Nueva España, la que publicó bajó el seudónimo de José Guerra.

Pasó sus últimos años en el Palacio Presidencial, rodeado de políticos de altura que le demostraban respeto constantemente por su incansable lucha armada y cívica.

Falleció el 3 de diciembre de 1827 y fue enterrado con grandes honores en el convento de Santo Domingo, ubicado en la Ciudad de México. En 1842 su cuerpo fue exhumado y colocado en un osario junto con otros doce difuntos. En 1861, los liberales que saquearon las tumbas en busca de tesoros decidieron exhibir los cuerpos momificados como muestra de los excesos de la Inquisición. Se dice que algunas momias fueron vendidas: entre ellas estaba la del fraile. La última vez que se tuvo noticia de las momias, éstas viajaban con un circo trashumante de Bélgica en el siglo XIX, aunque se presume que los restos de fray Servando pueden estar exhibidos junto a otras momias en la ciudad de Puebla.

A pesar de la complicada situación que acompañó a Fray Servando aún después de muerto, se le reconoce como uno de los padres de la Independencia y es referente político, militar y social de esa época.

Por toda su dedicación y esfuerzo por lograr que se impusiera el conocimiento sobre la superstición, la libertad sobre el absolutismo y por ser precursor en la lucha por un estado laico, condición determinante para la democracia, el ilustre fraile Servando Teresa de Mier fue un precursor e impulsor de los derechos a la educación, a la libertad de expresión, a la libertad de creencias, del derecho a no ser perseguido por ideas u opiniones políticas, así como del derecho a la democracia, entre muchos otros.

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