Golpes a la libertad de expresión, la crisis del Excélsior
“La vida se oculta en el futuro. Apenas algunos tienen ojos para la niebla cerrada. Nuestro caso fue dramático: llevábamos los ojos en la nuca […] Provocamos la exclusión de nuestros compañeros […] Gobernación pagaba, y Gobernación nos marcó el alto cuando lo juzgó oportuno.”

Jorge Velasco
Periodista del Excélsior

 

El 8 de julio de 1976, en México, Julio Scherer García y su equipo recibieron un duro golpe traicionero, un atentado contra la libertad de expresión para cesar las agudas críticas que realizaban desde su medio de comunicación, el periódico Excélsior, en contra del gobierno de Luis Echeverría Álvarez.

En marzo de 1917, un empresario amante del periodismo decidió fundar un rotativo tan novedoso como el México de la época, un México que apenas asomaba por el horizonte postrevolucionario, abrazando desde ese mismo año su Constitución Política y los aires de progreso y modernización: el empresario se llamaba Rafael Alducín Bedoya, y el periódico, Excélsior. Comenzó como una sociedad anónima, un negocio en donde, además de informar noticias, se pudiera generar dinero a través de la publicidad, pero casi quiebra al morir su fundador (1924). La dirección quedó entonces a manos de su esposa Consuelo Thomalen, pero perdió lectores y, ante una administración irresponsable y corrompida, optó por entregar la empresa a sus trabajadores, quienes se organizaron en cooperativa. [1]

La cooperativa Excélsior no perdió tiempo: sus miembros conocían sus oficios y lograron consolidarla como la primera institución periodística de influencia nacional. Como guías estuvieron, por treinta años, Gilberto Figueroa y Rodrigo del Llano. No la caracterizaba el ideario libertario: se acomodaba a los aires del momento, manteniéndose al centro del devenir de entonces.

En 1962 murió Gilberto Figueroa. Al año siguiente, Rodrigo del Llano. Acéfala, la cooperativa eligió, a través de su asamblea de socios, a Manuel Becerra Acosta, quien logró elevar en poco tiempo el nivel de las páginas editoriales con nuevos colaboradores, pero la muerte lo alcanzó ese mismo 1963. De nuevo se reunió la asamblea: el 31 de agosto Julio Scherer García fue elegido director. Había ingresado al Excélsior en 1946 [2] y había mantenido su postura ética ante los embates del Estado.

El 18 de marzo de 1969, ante mil cooperativistas, el director del Excélsior comunicó su ideario, estableciendo los principios que deberían guiar al colectivo y a su publicación :[3]

Excélsior cumple su misión de informar y educar. Tiene un objetivo, una meta: LA VERDAD. Para alcanzarla ha adoptado una actitud: la buena fe. Nuestro trabajo tiene, más que un contenido político, una razón moral: la lucha incesante por la verdad sólo comparable a un fenómeno de la naturaleza: imposible de ocultar, imposible de contener.

Entre su auditorio, había quienes escuchaban comprendiendo y compartiendo la relevancia de su mensaje; pero también estaban los enemigos, aquellos “patrióticos” defensores del orden existente y de cualquier cosa que sirviera para mantenerlo, aun si se tratara de miles de casos de desapariciones forzadas, tortura y muerte bajo la mano represora del Estado. Esos personajes comenzaron a tejer su nido de calumnias y a dividir a la cooperativa . [4]

El periodismo de investigación, crítico e inquebrantable, no cesó durante el gobierno de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), quien secretamente impulsó al grupo enemigo para tomar control de la cooperativa y expulsar a quienes le incomodaban. Se apoyó en quien encabezaba al consejo directivo, Regino Díaz Arredondo, y éste logró dar un golpe interno. En la madrugada del 8 de julio de 1976, a punto de imprimirse en los talleres la página 22 del rotativo ―donde 49 colaboradores denunciaban, bajo el título “¡Libertad de Expresión!”, la cercanía de una agresión de Estado hacia la libertad de prensa en México[5] ―, decenas de trabajadores, encabezados por Díaz Arredondo, ingresaron y tomaron las instalaciones. Después vino el fingimiento, la simulación de legalidad: una asamblea reginista decidió la expulsión. Julio Scherer y sus amigos colegas ―Miguel Ángel Granados Chapa y Hero Rodríguez Toro, entre otros― mantuvieron su propia asamblea en la Redacción, decididos a no caer en el juego y a enfrentar la ilegitimidad de Regino, pero les dieron quince minutos de plazo para abandonar el inmueble bajo la amenaza de fatídicas consecuencias. [6] Pese al gran apoyo de la sociedad civil, no hubo forma de regresar al Excélsior: la suerte estaba echada.

A estos sucesos se les llamó en los medios corruptos “la crisis de Excélsior”, pero fue un simulacro para expulsar a los periodistas éticos. El grupo de proscritos no se dejó amordazar: cuatro meses después, en noviembre de 1969, pusieron en circulación el semanario Proceso. El 8 de julio de 1976 marcó una línea divisoria en el quehacer periodístico y sus protagonistas, en sus móviles y principios; es por eso que olvidar estos acontecimientos sería banalizar la relevancia de este oficio, de la libertad de prensa, de la libertad de expresión y, sobre todo, de aquella ética planteada por Scherer ante la cooperativa de Excélsior en marzo de 1969, respaldando del derecho del pueblo a saber la verdad.

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