Josefa Ortiz de Domínguez Heroína del Movimiento de Independencia de México
“[…] su adhesión a la gran causa de la libertad no fue hija de un instante de alucinación o de un rapto de entusiasmo, sino producto de la concienzuda convicción que en la justicia de sus opiniones políticas encontraba y del legítimo deseo de libertad que germinaba en su alma. Este bello sueño había halagado desde mucho tiempo antes de la proclamación de la Independencia su ardiente fantasía.”

Laureana Wrightt, de Keinhans
Escritora mexicana precursora del feminismo en Mujeres Notables de México

 

Josefa Ortiz de Domínguez, La Corregidora, nació el 8 de septiembre de 1768 en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, Michoacán. Tras la muerte de su madre, su tía María, quien residía en la Ciudad de México, se hizo cargo de ella y la inscribió en el Colegio de San Ignacio de Loyola, comúnmente llamado “Las Vizcaínas” -por ser de Vizcaya sus fundadores-, dirigido a hijas de familias provenientes de esa provincia española, niñas huérfanas y mujeres viudas; abierto en 1752 por la Compañía de María, de orientación jesuita, proporcionaba una educación en cierta forma laica con los aires ilustrados que prevalecían en la Nueva España. La escuela logró estar fuera del dominio clerical y con ello de sus preceptos. Se trataba de establecer una fundamentación de corte científico y, sin dejar de ser católica la instrucción, la educación era moderna y tenía entre sus principales clases las de lectura, escritura, música, poesía, doctrina y labores de mano, entre otras, desde un carácter secular y mercantil. En ese espacio conoció a Miguel Domínguez, uno de los benefactores del Patronato, padre de dos hijas con una esposa muy enferma. Ante la inteligencia de Josefa el prestigioso abogado la tomó como protegida a los 17 años y mantuvieron una relación muy cercana. Al quedar embarazada, Josefa tuvo que abandonar el colegio. Miguel la busco al quedar viudo y vivieron juntos,[1] para contraer matrimonio en secreto en 1791[2] . En total criaron catorce hijos. En 1802, Miguel Domínguez fue nombrado corregidor de Querétaro[3] y la familia se trasladó a esa ciudad.

Criolla de origen, era morisca, hija natural de mulata y padre español.[4] Huérfana desde pequeña y criada por su tía, conoció de cerca la discriminación y el racismo. Josefa Ortiz se identificaba con los planteamientos de su clase con respecto a los españoles peninsulares, como también conocía y trataba un tema recurrentemente con aquellos de los criollos y mestizos que le rodeaban: la falta de igualdad e injusticia que se cometía en contra de las mayorías, así como coincidía con la reivindicación que planteaban sobre los derechos de la población indígena que garantizara una mejor calidad de vida.

El Corregidor y Josefa fueron muy respetados tanto por la buena administración de él, como por las obras de caridad y asistencia de Josefa que, inspiradas por su educación ignaciana, ejercía en la sociedad con pobres, enfermos e incluso reclusas en la cárcel. Atendía las tertulias y reuniones propias de su cargo, a través de las cuales se fue relacionando con personas de ideas insurgentes, en su mayoría estudiosos que habían adoptado la ideología de los movimientos europeos, en especial de los teóricos de la revolución francesa que enarbolaban los valores de libertad, igualdad, fraternidad y derechos del hombre, en los que Josefa encontró eco y refuerzo a sus propias inquietudes. Es así como abrazó un movimiento donde veían la oportunidad de librarse del yugo español, y establecer la justicia y la igualdad. Su compromiso fue firme y por ello realizó en su propia casa las llamadas tertulias literarias, pero éstas eran pantalla de las conspiraciones de las que participaban Miguel Hidalgo y Costilla, cura de Dolores, Ignacio Allende y Juan Aldama [5], entre otros, quienes pensaban aprovechar la invasión francesa a España para plantear una independencia.

El 13 de septiembre de 1810 la conspiración fue traicionada. Alguien puso sobre aviso al juez eclesiástico Rafael Gil de León. A su vez, el juez informó a Miguel Domínguez para que, en su calidad de autoridad regional, actuara contra dicha amenaza. Él no había participado activamente en las tertulias pero sabía muy bien qué pasaba en ellas. Sin atreverse a tomar partido, inició el registro de las casas de quienes habían quedado implicados en la denuncia y, a la vez, avisó a su esposa. Cuando ésta optó por la congruencia intentando salvar a sus compañeros, la encerró en su habitación [6]. Josefa Ortiz sabiendo el peligro que corrían los independentistas, escribió rápidamente un mensaje para ser entregado a Ignacio Allende. El mensajero, el alcaide Ignacio Pérez, se dirigió hacia San Miguel [hoy en día, San Miguel Allende], donde el capitán vivía. Al no encontrarlo puso el aviso en manos de Hidalgo [7]. El cura de Dolores, entonces, decidió que el levantamiento planeado para octubre se adelantara a la madrugada del 16 de septiembre, iniciando así un proceso de emancipación largo y doloroso que solo alcanzaría la Independencia hasta 1821.

El 16 de septiembre de 1810, Miguel y Josefa fueron detenidos bajo sospecha de participar en la conspiración. Josefa pagó caro su participación en la conjura y su persistencia en apoyar a los insurgentes, sufrió años de encierros en conventos de Querétaro y de la Ciudad de México, separada de sus hijos y esposo. A él lo encerraron en el convento de Santa Cruz; a ella, como presa política, en el de Santa Clara, ambos en la ciudad de Querétaro. Él fue liberado gracias a la presión popular, sobre todo de los indígenas que tanto habían beneficiado. Ella, pese a un avanzado estado de gravidez, permaneció en su celda hasta que fue liberada para dar a luz. Sin que esto disminuyese un ápice su fervor libertario, combinó la crianza de la criatura con la función de informante de los independentistas. Sin embargo, en 1813 fue apresada una vez más, pero esta vez fue trasladada a la Ciudad de México, donde ya no se libró de la acusación de conspiradora y en el convento de Santa Teresa la Antigua fue recluida e incomunicada. Su esposo, el Corregidor, solicitó licencia de su cargo para asumir su defensa legal. Esta denuncia fue la primera de una serie en su contra: la acusaron de sedición y también de conducta escandalosa, seductiva y perniciosa; los espías de Calleja la acusaron de seguir apoyando moral y económicamente a la causa insurgente, ahora a las tropas del masón liberal yorkino José María Morelos.[8] De 1814 a 1816 estuvo presa en Santa Teresa, en espera del juicio que, por traición, se le había preparado, durante febrero de 1814 Josefa escribe tres veces al virrey para exponer su crítica situación familiar, ya que sus catorce hijas e hijos están al borde del desamparo por la frágil salud de su marido. Clama su compasión y argumenta que, por ley, ella debería ser notificada del delito que se le imputa y proceder al juicio. No recibe respuesta. Ahí tuvo a su último hijo y su salud fue severamente menguada [9]. Su esposo no logró su liberación. El 16 de noviembre de 1816, a seis años de ser perseguida y aprehendida, Josefa Ortiz recibió una condena de cuatro años de prisión. Su nueva cárcel fue el convento de Santa Catalina de Sena.

En septiembre de 1816, Juan Ruiz de Apodaca asumió el virreinato. Su compromiso era pacificar a la Nueva España y para ello recurrió a un medio eficaz: el indulto. El 17 de junio 1817, Miguel Domínguez lo asumió, agotado como estaba, enfermo, sin recursos para mantener a sus hijos, y libre, pero sin haber recuperado todos sus derechos ciudadanos, como un trabajo digno. Apodaca le reconoció el derecho a percibir un sueldo por servicios prestados [10], hasta que fue cesado en 1820. En junio de 1817 se liberó a La Corregidora, pese a no haber aceptado el indulto, y fue vivir en prisión domiciliaria en su casa en la calle del Indio Triste, en la Ciudad de México. Estaba por cumplir 49 años. Durante el periodo de 1813 a 1820 los Domínguez fueron separados por el encierro de Josefa, por la distancia del trabajo de Manuel y por la vigilancia virreinal, pero se mantuvieron expectantes por la independencia.

Para 1821, con la proclama de la Independencia Josefa ya organizaba reuniones en la casa del Indio Triste con las logias masónicas, donde se agrupaban las mentes liberales de la época. Cuando Agustín de Iturbide se hizo coronar emperador de México, la llamó a la corte como dama de compañía de su esposa Ana María Huarte: Josefa se negó a lo que para ella fue una ofensa, pues un imperio era contrario a los ideales por los que se lucha una guerra de Independencia, pero del mismo modo, cuando se le reconoció como heroína, se negó a recibir cualquier recompensa por sus esfuerzos invaluables para la consumación de la Independencia, para ella era deber de cualquier ciudadano luchar por la liberación de su patria. En los últimos años de su vida Josefa estuvo relacionada con los masones y los grupos liberales de carácter radical. Se hizo amiga de Valentín Gómez Farías y de Guadalupe Victoria durante la instauración de la República. [11]

La Corregidora fue una mujer de carácter fuerte y de convicciones firmes, sufrió ataques por sus ideales, por ser bella, mujer y rebelde. Toda su vida fue una lucha constante sin importarle los riesgos o el precio que tuviera que pagar, como lo mostró al enfrentar encierros, el poder imperial y el presidencial. Murió antes que su esposo, el 2 de marzo de 1829 en la Ciudad de México, fue sepultada en el Convento de Santa Catarina y después exhumada para ser trasladada a la ciudad de Querétaro, junto a su esposo, Miguel Domínguez.[12] Su legado es actual: la lucha por la justicia, la soberanía y la igualdad.

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