“En esa noche, hubo un parto. En medio de la
oscuridad, un alumbramiento. nació una
historia. Muchas madres y padres salieron a
buscar a sus hijos. salieron de sus casas,
salieron del útero de su rutina habitual a
enfrentar al aparato represivo más imponente
de la historia del país. Llevaban impresas en la
piel la desesperación y el amor, y de allí les
nació el coraje.”

Cooperativa de trabajo La Vaca
“La historia de las Madres de Plaza de Mayo: érase una vez catorce mujeres”
2020

 

El 30 de abril de 1977, un grupo de madres se presentan en la Plaza de Mayo en la ciudad de Buenos Aires, capital de Argentina, ante la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo de ese país. Aún no saben bien qué harán, pero no van a silenciar más su dolor, indignación y clamor por sus hijos desaparecidos bajo la dictadura militar de Jorge Rafael Videla (1976-1983). La plaza, céntrica memoria del lugar fundacional de la capital y de sus luchas, resulta el lugar idóneo para comenzar a manifestarse y congregarse .[1]

En un principio, no sabían cuántas serían. Tampoco sabrían, hasta décadas después el nivel de terrorismo de Estado al que se habían enfrentado. En 1977, apenas era el inicio de esa masacre… y el de una batalla incansable por la dignidad y la justicia, presente hasta nuestros días. Comenzaron catorce madres, y llegó a forjarse un movimiento de entre trescientas y cuatrocientas mujeres en busca de sus hijos e hijas víctimas de desaparición forzada, tortura y asesinato. Luego se sumaron los varones del núcleo familiar, los amigos, y aquellas personas solidarias que no iban a ser cómplices de ese Estado criminal y sus “grupos de tareas”, cuyos miembros, civiles o militares, desaparecieron forzadamente, detuvieron en lugares clandestinos, torturaron y ejecutaron a más de treinta mil personas.

Aquel 30 de abril, las catorce madres[2] presentes en la Plaza de Mayo tenían como intención entrevistarse con Rafel Videla y reclamar conocer el paradero de sus seres queridos. Ese día realizaron su primera ronda pidiendo Memoria, Verdad y Justicia. Cuando se declaró el estado de sitio, fueron expulsadas por la policía, y perseguidas. En octubre de ese año decidieron identificarse con un pañuelo blanco colocado como pañoleta en la cabeza. En 1979, la represión llegó a tal nivel que tuvieron que dejar de recorrer la Plaza de Mayo, pero volvieron a tomarla en 1980, para asentar a partir de 1981, el jueves como día de marcha. A fines de 1980 realizaron su primera Marcha de la Resistencia, la cual consistió en caminar alrededor de la plaza durante 24 horas, en un símil a los recorridos de los prisioneros en los patios carcelarios.

La propuesta que conjuntó al primer colectivo surgió de Azucena Villaflor, mujer trabajadora de familia obrera. Su hijo, Néstor de Vicenti, y su compañera, Raquel Mangini, fueron secuestrados por un grupo de tareas el 30 de noviembre de 1976. Azucena comenzó inmediatamente a movilizarse en su búsqueda, encontrándose con que no era la única: otras mujeres también intentaban saber el paradero de sus hijos, desaparecidos en circunstancias similares. Ante lo infructuoso de los resultados aislados y por vías oficiales u oficiosas, Azucena impulsó integrarse como colectivo, organizarse, dándose cita el sábado 30 de abril para su primera protesta y exposición pública de su realidad [3]. Como el gobierno había prohibido la reunión de personas sedentes en la plaza bonoarense, optaron por manifestarse en movimiento, caminando alrededor de la Pirámide de Mayo, el obelisco local símbolo de la libertad. Para la tercera marcha, decidieron cambiar de día, convirtiéndolo en costumbre. Así, cada jueves, a las tres y media de la tarde, las Madres de la Plaza de Mayo, como se les comenzó a llamar, se congregaron, agrupando a cientos a su alrededor.

Tenían, además, otro punto de reunión: la iglesia de la Santa Cruz, en el barrio capitalino de San Cristóbal. El 8 de diciembre de 1977, el Grupo de Tareas 3.3 (GT 3.3) —unidad operativa para “luchar contra la subversión, constituida por oficiales y suboficiales de la Armada Argentina, y cuya sede principal era la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)— irrumpió en el recinto y secuestró a doce personas, además de algunas fundadoras del movimiento estaban entre ellas las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Azucena no estaba ahí. Denunció los hechos y los publicó en un periódico. Era el 10 de diciembre, y durante la noche un grupo armado la secuestró. Fue torturada y, junto a los demás secuestrados de la iglesia de la Santa Cruz, asesinada el 17 o 18 de diciembre de ese año. Otras madres fundadoras que morirían alrededor de ese crimen fueron Esther Ballestrino y María Eugenia Ponce . [4]

Dos de las supervivientes mantuvieron vivo el Movimiento en su momento, y siguen coordinándolo a la fecha, aunque en espacios divididos: Marta Ocampo de Vázquez —cuya hija, María Marta Vázquez de Ocampo, embarazada fue secuestrada el 14 de mayo de 1976 junto a su marido, César Lugones— y Hebe de Bonafini, cuyos dos hijos y nuera —Jorge Omar, Raúl Alfredo y María Elena Bugnone Cepeda, esposa del primero— serían víctimas de la desaparición forzada.

En 1979, Hebe asumió la presidencia de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, logrando romper fronteras y llevar el crimen de Estado al mundo. En 1985, finalmente estas valientes mujeres pudieron testimoniar ante la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP), presidida por el escritor Ernesto Sabato para investigar las desapariciones ocurridas durante el Proceso de Reorganización Nacional, como llamaba la dictadura a su mecanismo de exterminio, estableciendo los métodos para llevarlo a cabo, los espacios y las responsabilidades de las autoridades. El resultado fue el informe de una masacre. Entregado en 1984 al presidente en turno, Raúl Alfonsín, registró 8961 desapariciones y 380 centros clandestinos de detención y tortura. Probó a la vez que lo sucedido no era casual, sino producto de un plan sistemático donde incluso se contempló el destino de los bebés hijos de las madres cautivas. El documento se publicó como libro bajo el nombre Nunca más.

Poco después, en enero de 1986, hubo una escisión en la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Divergencia en los criterios para la búsqueda de la verdad y la justicia dio surgimiento a la Asociación Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, más cercana a las medidas que el gobierno tomaba. De las primeras catorce madres de 1977, pertenecieron a esta línea Mirta Acuña y Haydeé Gastelú. Marta Ocampo de Vázquez también está vinculada a esta organización. El 16 de noviembre de 2005, las madres inauguraron una radio modulada, propia, con acceso a través de internet para todo el mundo. Se llama La voz de las Madres, y pretende continuar con lo que ha sido su objetivo de vida desde la pérdida de sus hijas e hijos: circular en un espacio público en nombre de la Memoria, Verdad y Justicia. “La única lucha que se pierde es la que se abandona”, dice una de sus consignas más famosas… Ellas, nunca abandonarán. Su legado seguirá a la par del rescate de la memoria histórica… Y cada jueves, como siempre, madres circulando danzarán su solidaridad.

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