Combate de La Angostura    el ejército mexicano contra indígenas yaquis
“Lo que queremos es que salgan los blancos y las tropas. Si salen por las buenas, entonces hay paz; si no, entonces declaramos la guerra.”
Nota de los ocho pueblos yaquis a Lorenzo Torres, gobernador de Sonora
1899

 

El combate tuvo lugar el 8 de noviembre de 1899 en las inmediaciones de un estrecho cercano al río Yaqui, mejor conocido como La Angostura, en el estado de Sonora, México, entre soldados del ejército mexicano y guerreros yoremes o yaquis, organizados en guerrillas bajo el mando de Juan Maldonado Waswechia, Tetabiate.

Cuando el Estado mexicano porfirista incumplió con los acuerdos del Tratado de paz de Ortiz (25 de mayo de 1857) y las autoridades no se retiraron de la región, los ocho pueblos yoremes volvieron a la lucha, en lo que sería una nueva etapa de la Guerra del Yaqui.

Así, siguieron a Tetabiate, quien se había vuelto su líder principal desde el fusilamiento de José María Leyva, Cajeme, en 1887. La organización yaqui se daba a través de una confederación de ocho pueblos: Cócorit, Bácum, Tórim, Vícam, Pótam, Rahuín, Huirivis y Belén. Existente desde el siglo XVII, integraba también a los pueblos hermanos de la región del estado de Sonora, como los seris y los mayos[1] . Con Cajeme, esta mancomunidad había formado un verdadero ejército yaqui, amparado bajo su propia bandera, pero tras la campaña de exterminio emprendida por Porfirio Díaz para proteger el proyecto de ocupación territorial, colonización yori y deslindamiento a favor de sobre todo empresas extranjeras, tuvieron que reorganizarse y desarrollar con Tetabiate el sistema de guerra de guerrillas.

El Combate de La Angostura entró en el marco guerrillero, pero fueron derrotados los yaquis, ya que ese 8 de noviembre de 1899 los emboscaron en una angostura del río Yaqui. Las tropas estatales y federales esperaban el paso de la guerrilla escondida en lo alto del monte. En cuanto los guerreros estuvieron bajo la mira de sus fusiles, comenzaron a disparar sin freno. Masacraron, con las atronadoras descargas de sus armas, a los yaquis y acallaron las voces de la región. Este momento es dramáticamente descrito en el capítulo 8 (“Lucha, derrota y exilio”) del libro El viviente y el Averno: una novela sobre el Señor de la Historia y el misterio del mal, de Antonio Sosa Sánchez (2015, Ed. De buena Tinta).

Tetabiate y algunos guerreros lograron huir, pero el grueso de la guerrilla fue diezmado. La matanza de aquella batalla marcó el debilitamiento de la resistencia yaqui en ese momento y dejó a los pueblos en el desamparo. Desde ese momento hasta la caída de Díaz, el programa de exterminio etnocida por parte del Estado incluyó atacar a las mujeres, niños y ancianos cuando los guerreros estuvieran ausentes, apresándolos y vendiéndolos como esclavos a los dueños de las haciendas henequeneras de Yucatán y Quintana Roo, o a los de las tabacaleras de Valle Nacional, al sur de Oaxaca. Éstas eran aún más terribles por el clima extremo y la dificultad del trabajo; producián con mano de obra conseguida a través de contratos falsos, arrestos, secuestros y la política de transterrar a todo pueblo originario en resistencia para acabar con él .[2]

Sin embargo, el Ehui yoreme, su grito de guerra continuó pese a la represión del Estado y la falta de apoyo y comprensión gubernamental. Prueba de qué tan planificado y sistémico fue el crimen de exterminio durante el porfiriato, es el informe y recomendación de la Comisión Científica de Sonora del 26 de mayo de 1900 del jefe militar de la zona, coronel Ángel García Pena, al secretario de Guerra y Marina, Bernardo Reyes. En el documento se destaca el racismo y el análisis de las cualidades yaquis, en especial la fortaleza de sus mujeres y la resistencia física, como herramientas a usarse en servicio esclavo[3]. Modelo de indignidad, este plan se topó en la práctica con su contrario: la dignidad indígena, yoreme en este caso, que aún con el asesinato de Tetabiate en 1901, supo mantenerse en pie, y así permanece .[3]

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