Invasión Estadounidense Padierna y Churubusco, defensa de la Soberanía nacional
“Para ensalzar los inmortales hechos de los que hallaron en la muerte gloria poniendo por trinchera nobles pechos. en su tumba que irradia eterna llama, todo enmudece; sólo habla la Fama.”
 
L. G. Rubín
“A la memoria de los que sucumbieron
en Churubusco el día 20 de
agosto de 1847”
Poema (fragmento)
 
 
 

Entre 1846 y 1848, las tropas de los Estados Unidos de América (EUA) invadieron México, llegando hasta la capital del país. Con fines anexionistas, la avanzada bélica se encontró en distintos momentos con acciones de resistencia verdaderamente valientes y tenaces, entre las cuales destacaron los hostigamientos constantes de las guerrillas nacionales que se organizaron por todo el territorio y batallas como las de Padierna y Churubusco, donde los mexicanos mostraron gran lealtad y entrega a la defensa de la soberanía nacional.

La invasión estadounidense tuvo importantes antecedentes. El territorio de la Nueva España al norte del río Bravo había sido ocupado paulatinamente por colonos angloamericanos poco dispuestos a cumplir con las normas de colonización del virreinato: sobre todo, control del número de personas y tener religión católica. Durante la etapa de guerra independentista (1810-1821), aquel territorio quedó prácticamente en el abandono político, proliferando la ocupación. Para 1832, esos grupos se habían asentado mayoritariamente en los territorios actuales de California y Texas. Ese año, los texanos solicitaron separarse de Coahuila ―el estado se llamaba Coahuila-Texas― e independizarse. No se les autorizó, y entre 1835 y 1836 se lanzaron a la guerra logrando su cometido: la República de Texas. Esta nación duró cerca de una década, tiempo donde cada vez fue poblada por más colonos, pues los Estados Unidos no dudaron en reconocerla como independiente de México, pese a la negativa de nuestro país. El 1 de marzo de 1845, el presidente estadounidense John Tyler firmó una resolución para anexar el nuevo país a su territorio, como estado, y el 4 de julio de ese mismo año Texas aceptó esta nueva categoría. La guerra con México fue un hecho. En marzo de 1846 las tropas angloamericanas, bajo el mando del general Zachary Taylor, se colocaron a orillas del río Bravo, dándose algunas escaramuzas con tropas mexicanas en abril. A mediados de mayo, el nuevo presidente de la federación invasora, James Knox Polk, firmó la declaración de guerra contra México, después de haberse dado las dos primeras batallas formales entre ambos contingentes ―Palo Alto y Resaca de la Palma, 8 y 9 de mayo respectivamente―, y el ejército invasor comenzó a avanzar por el país desde diferentes frentes, teniendo como oposición principal a las guerrillas populares que intentaban detenerlo. El gobierno mexicano declaró la guerra al invasor hasta el 11 de julio, cuando Matamoros ya había sido ocupado. En la presidencia estaba Mariano Paredes y Arrillaga. En agosto, Santa Anna volvió a México para intentar retomar el poder y frenar la invasión, pero las rencillas políticas internas se volvieron la piedra principal en un vergonzoso camino. Hasta octubre no le fue posible congregar en San Luis Potosí un contingente bajo su liderazgo como general en jefe del ejército mexicano. El Congreso volvió a reconocerlo como presidente hasta diciembre, con Valentín Gómez Farías como vicepresidente. Habían pasado diez meses sin acciones formales contra el invasor, quien había tomado en ese lapso el norte del país.

Las solicitudes de Gómez Farías para conseguir recursos para el ejército y la defensa de la soberanía nacional fueron rechazadas por los grupos privilegiados, como el clero, viéndose obligado a tomar medidas extremas como la incautación de los bienes de la Iglesia. Así, mientras los invasores continuaban con su avance, los conservadores se oponían a los liberales en lo que sería un antecedente la Guerra de Reforma de una década después.

Sin esperar ayuda, Santa Anna asumió el mando militar y, tras organizar al Ejército del Norte, dejó San Luis Potosí el 28 de enero de 1847, con dirección a Saltillo, Coahuila, para combatir a Taylor. Las tropas no tenían uniformes, tampoco alimentos suficientes, pero los núbiles reclutas tomados de la leva llevaban la defensa soberana en el corazón. Eso demostraron al vencer al enemigo el 23 de febrero de 1847 en la batalla de la Angostura ―o Buenavista, como también se le conoce―.

Sin embargo, esta guerra por principio dispareja contaba con una planificación estratégica por parte de los Estados Unidos. Los valientes esfuerzos resultaban hechos aislados ante la permanente y organizada avanzada enemiga, que en 1847 abrió nueva brecha desde el puerto de Veracruz. En marzo, la marina angloamericana, bajo el mando del general Winfield Scott, desembarcó en las playas del golfo y asedió el puerto, buscando herir a los habitantes en el hambre y la desesperación. La resistencia fue tenaz, pero para abril la plaza se vio obligada a rendirse y, siguiendo la antigua ruta de Cortés a través de los volcanes, el ejército estadounidense tomó Perote y Puebla. El 11 de agosto, pese a haberse entablado conversaciones entre los representantes gubernamentales de ambas naciones, el ejército intervencionista llegó al valle de México.

Santa Anna pensó que el enemigo tomaría la ruta más directa para entrar a la Ciudad de México, y se fortificó en Peñón Viejo; pero, Scott optó por rodear la capital mexicana y entrar a ella por el sur. El 19 de agosto tomó los ranchos de Anzaldo y Padierna, en la zona de Contreras. Santa Anna ordenó al general Gabriel Valencia esperar a que las tropas estadounidenses llegaran a San Ángel para repelerlas, pero éste optó por otra estrategia y colocó sus baterías en Pelón Cuauhtitla, una loma en las inmediaciones del rancho de Padierna[1], con la intención de recuperar esta plaza. El lugar no era el mejor. Desde su posición no podía observar las posiciones enemigas, pues ante él estaban las rocas de lava del Pedregal, con sus arbustos, magueyales, árboles y sembrados de maíz. Sólo tenía una línea de retirada, y a su espalda se alzaban las montañas. En la mañana del día 20, no vio venir a los soldados de Scott, quienes entre otros puntos ocuparon el bosque de San Jerónimo. La vía de escape le fue cortada, y su caballería nada pudo hacer al reventar los cascos contra las rocas. No se cesó el fuego, ni el impulso defensivo, pero la ayuda que quizás hubiera podido lograr una victoria, jamás llegó[2]. Santa Anna abandonó a su suerte a su compatriota, acto que los invasores supieron aprovechar. Murieron trescientos soldados angloamericanos, y setecientos mexicanos. Alrededor de novecientos defensores mexicanos fueron hechos prisioneros. Valencia se vio obligado a abandonar el sitio con su escolta. La batalla de Padierna ―o Contreras, como también se le nombra en ocasiones― fue una terrible derrota, pues en ella los mexicanos combatieron con gran valor. En su obra Memorias de mis tiempos, Guillermo Prieto narra los hechos con un profundo dolor.

Para muchos historiadores, la conducta de Antonio López de Santa Anna ante el avance estadounidense es incomprensible: permitió la toma del sur de la Ciudad de México, y no presento mayor resistencia[3]. Al terminar la batalla de Padierna, ese 20 de agosto Winfield Scott y sus soldados continuaron su marcha belicosa hacia otro punto clave: el puente sobre el río Churubusco[4], , y el cercano convento que fungía como fortaleza. Inició así la batalla de Churubusco, también de digna memoria para nuestra historia. El convento de Santa María de Churubusco era un viejo edificio construido sobre la ermita franciscana de los primeros frailes evangelizadores, en el siglo XVI. Sus funciones religiosas se mantuvieron hasta el XIX: ante la guerra de intervención estadounidense, en 1847 el gobierno mexicano desalojó a los frailes y ocupó el inmueble como punto estratégico al sur de la capital del país para resistir a los invasores[5]. El encargado de la defensa del sitio, y del puente, fue el general Pedro María Anaya, con apoyo de Manuel Rincón.

Dos días duró el enfrentamiento en Churubusco. Los estadounidenses iniciaron el ataque con tres divisiones de infantería apoyadas con 26 piezas de artillería, pero las tropas que guarnecían el puente les opusieron vigorosa resistencia. Sin embargo, tampoco les llego ayuda y se vieron obligadas a replegarse hasta el convento. Ahí rechazaron otras tres cargas del enemigo, provocándole gran número de bajas. Entonces, el ejército angloamericano decidió atacar por el frente y el costado derecho: la defensa fue igualmente impetuosa. Tras tres horas de horas de combate, comenzaron a faltar las municiones. Anaya y Rincón habían solicitado municiones para poder mantener el fuego, pero cuando llegaron, los cartuchos no correspondieron al calibre de las armas, el parque no sirvió. Sin alternativas, la heroica resistencia recurrió a la bayoneta, al encuentro cuerpo a cuerpo… hasta que una bomba hizo explotar el depósito de pólvora. Eso terminó con las posibilidades de seguir luchando. Asumiendo su suerte, los soldados mexicanos se formaron en el patio del convento. Finalmente, el enemigo ocupó el bastión.

Cuando el general David Twiggs entró al convento de Churubusco hizo prisioneros a todos. Al general Anaya, a quien una granada había cegado temporalmente, también. Fue llevado ante Winfield Scott. Éste le pidió entregar las armas y, según cuenta la trasmisión oral hecha crónica del momento, le preguntó: “¿Dónde está el parque?”, a lo cual el general mexicano respondió: “Si hubiera parque, no estarían ustedes aquí”. De nuevo, ejemplo de digna resistencia hasta el final. Prisionero de guerra, fue liberado cuando la guerra terminó. En Churubusco, los estadounidenses perdieron a 21 oficiales y 2530 soldados[6].

En este combate, cabe destacar la actuación de un grupo muy peculiar: el contingente de San Patricio. Sus miembros eran migrantes irlandeses, alemanes y de diversos países europeos, en su mayoría católicos. En plena lucha bajo el mando angloamericano fueron capaces de comprender la injusticia y el abuso de la invasión y, empáticos con los mexicanos y su lucha soberana, dando ejemplo de congruencia se unieron al ejército nacional. Vieron con claridad una realidad: los angloamericanos estaban agrediendo a México en su cultura y creencias, como los ingleses lo habían hecho con los irlandeses. En su verde bandera, entre otros símbolos, el batallón de San patricio destacó su lema: Erin Go Bragh[7], anglicismo de la frase irlandesa Éirinn go Brách cuyo significado es Irlanda por siempre. Al caer en manos de sus antiguos compañeros de armas, se les marcó con la letra “D”, de desertores, y se les sentenció a trabajos forzados. Siempre en resistencia, se les fue matando durante el resto de la invasión. Su historia merece un apartado especial.

Las batallas de Padierna y Churubusco son ejemplo de heroicidad en las tropas mexicanas para la defensa de la soberanía nacional, de patriotismo y lealtad pese a lo adverso de las circunstancias. Por desgracia, ambas derrotas permitieron el avance de las tropas de los Estados Unidos, y la eventual toma de la Ciudad de México en septiembre de ese 1847. La penalización que los angloamericanos impusieron a nuestro país mediante el Tratado Guadalupe-Hidalgo se resume en la pérdida de más de la mitad del territorio nacional.


[1]https://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/fondo2000/vol1/padierna/htms/2.html
[2] https://institutohistorico.org/otra-felonia-de-santa-anna-batalla-de-padierna-1847/
[3]José Emilio Pacheco y Andrés Reséndez. Crónica del 47, México, Clío, 1997, p.26.
[4] https://www.historiademexicobreve.com72016/11/la-batalla-de-churubusco.html
[5] https://intervenciones.inah.gob.mx/verhistoria/
[6] https://www.gob.mx/sedena/documentos/20-de-agosto-de-1847-batalla-del-convento-de-churubusco?state=published
[7] https://www.rinconrepublicanoirlandés.blogspot.com/2013/03/erin-go-bragh.html?m=1

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