“El negocio era redondo. Por el lado de los políticos y hacendados yucatecos, éstos se deshacían de los indígenas rebeldes encarcelados, que eran los más violentos y problemáticos. Por el lado de los cubanos, lograban sustituir a los esclavos negros de África en el corte de caña.”
 
Fredy Cabrera Ku
Historiador y antropólogo, profesor en la ENAH
 
 
 

El 6 de mayo de 1861, Benito Juárez, en su calidad de presidente de México, prohibió un hecho que se daba como consecuencia de la Guerra de Castas: la deportación de indígenas mayas como esclavos a Cuba.

La Guerra de Castas fue una lucha de resistencia de los pueblos mayas contra el colonialismo, la explotación como medio de enriquecimiento de los “extraños”, los “blancos” y “mestizos”, aquéllos que se habían impuesto por la fuerza o habían perdido su raíz, su cultura originaria. Aunque la resistencia maya fue permanente desde las primeras presencias de los conquistadores españoles en el siglo XVI, la mencionada guerra duró en la península de Yucatán de 1847 a 1901, abarcando cerca de cincuenta años. Los mayas tuvieron que rendirse ante el ejército federal, y los terratenientes y políticos decidieron dar con ellos ejemplo de escarmiento, al igual que con los yaquis, destruyendo todo lo que implicara arraigo. Fue un verdadero genocidio.

Menos conocida es la historia de uno de estos métodos de indignidad y desarraigo: la deportación para trabajo esclavo fuera de México. Se sabe que a los yaquis los mandaron al Infierno Verde, a la selva del sur, a trabajar forzadamente en las haciendas henequeneras, destruyendo núcleos familiares y colectivos, pero no que a los mayas los enviaban a Cuba para trabajar en las plantaciones de allá.

Con complicidad gubernamental, grupos de enganchadores prometían a los mayas de la segunda mitad del siglo XIX “nuevas oportunidades” para una vida más digna de la que llevaban en la península. ¿Dónde? En Cuba, aún colonia española en ese entonces. Con falsedades, prometían supuesta dignidad bajo el disfraz de una “contrato de trabajo” por diez años[1]. Se les compraba por 25 pesos de la época ―que pasaban al erario yucateco[2]-, vendiéndolos en la isla caribeña por hasta 60 a los niños, 120 a las mujeres y 160 a los hombres. Acostumbrados a la jornada henequenera, tras viajar engrilletados en Cuba se enfrentaban también a la zafra azucarera, los cafetales, los potreros, la mano de obra para construcción, la fábrica, el taller o el servicio. Todo estipulado en el contrato, salvo la duración de la jornada laboral. En caso de desobediencia a los capataces, los latigazos eran el castigo. Los barcos esclavistas salían de diversas ciudades costeras, como Sisal, Dzilam y San Felipe[3]. También se vendía a los presos mayas, encarcelados por su rebeldía.

Aunque desde 1810 se había prohibido la esclavitud en territorio mexicano, ésta se mantenía con no poca complicidad de varios gobiernos locales y estatales. El comercio de esclavos entre Yucatán y Cuba se prolongó por doce años, de 1849 a 1861, bajo el aval presidencial de Antonio López de Santa Anna y del gobernador Rómulo Díaz de la Vega. Amigos, fueron también cómplices en este crimen. Por ello, en 1861 Benito Juárez tuvo que volver a vedarla, precisando el caso de los mayas en Cuba, pues lo conocía a partir de su estancia en la isla durante uno de sus destierros. Esta prohibición se decretó cuando su gobierno se encontraba en Veracruz.

En 2020, tras tres años de investigaciones, la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Yucatán identificó parte de la nave de vapor La Unión, pudiendo rescatar parte de esta historia de esclavitudes. Para ello se cotejaron datos en archivos de México, Cuba y España, concluyendo que este barco se dedicó al tráfico de esclavos de 1855 a 1861, año en que naufragó. Pretendía continuar con su actividad ilícita, pero el 26 de septiembre de 1861, poco más de cuatro meses después de la prohibición juarista, un incendió provocó su hundimiento. Pertenecía a la empresa española Zangroniz Hermanos y Compañía, y estaba autorizado para comerciar en México con recorridos entre Sisal, Campeche, Veracruz y Tampico, pero era usual que transportara pasajeros a Cuba y mercancías como henequén, cuero curtido, piel de venado y palo tinte. En octubre de 1860, su función esclavista había sido descubierta en Campeche: se descubrió un cargamento de 29 esclavos mayas, entre ellos niñas y niños de 7 a 10 años. Se le penalizó, pero continuó hasta el momento de su naufragio[4].

En Cuba, los esclavos mayas huyeron en cuanto pudieron, en parte porque al no soportar la zafra al igual que los africanos su valor decayó y comenzaron a ser vendidos como “saldos” en las plazas al mejor postor. Hubo quienes lograron regresar a Yucatán, pero otros se volvieron cimarrones, escondiéndose y asentándose en la serranía de Matanzas. Viven aún algunos de sus descendientes en Madruga, provincia de Mayabeque, cerca de La Habana. Dedicados a la siembra en medio de los bosques locales, irredentos mantienen su memoria colectiva, su costumbre maya[5].

 


[1] https://www.yucatan.mx/merida/central-9/hacendados-y-politicos-de-yucatan-vendian-miles-de-indigenas-mayas-a-cuba
[2] https://www.yucatan.mx/merida/central-9/hacendados-y-politicos-de-yucatan-vendian-miles-de-indigenas-mayas-a-cuba
[3] https://elpais.com/mexico/2020-09-16/el-pasado-esclavista-que-mexico-hallo-en-el-fondo-del-mar.html
[4] https://www.yucatan.com.mx/mexico/identifican-el-primer-naufragio-de-esclavos-mayas-en-aguas-de-sisal
[5] https://www.yucatan.mx/merida/central-9/hacendados-y-politicos-de-yucatan-vendian-miles-de-indigenas-mayas-a-cuba

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